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La marca de Chile

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En la constante búsqueda de la humanidad por ser únicos y diferentes, pocas cosas, por muy populares o universales que sean, nos hacen tan únicos y nos permiten diferenciarnos del resto tanto como un nombre. Puede que existan miles que se llamen como nosotros, pero no hay ninguna otra persona en el mundo que sea como nosotros. Es esta etiqueta impuesta desde el momento de nacer e incluso antes, que define quiénes somos y cómo nos reconocerán los demás: se trata del elemento que nos definirá en el mundo.

En el proceso del branding humano, es el nombre lo primero que permite tangibilizar qué seremos desde la perspectiva sexo genérica y quién seremos desde la perspectiva familiar, social y cultural. Si es que honraremos a algún ancestro, si representaremos algún elemento de la cultura o si seremos resultado de un exabrupto creativo de nuestros padres, el nombre nos marca. Es la base de la construcción de la identidad de todo aquello que deja una huella y genera un impacto en la sociedad. Nos permite aterrizar un conjunto de características y asociaciones que nos cargan de valor real. Es aquello que permite que nos recuerden y nos identifiquen, en un espacio donde se convierte en nuestro principal elemento diferenciador.

En el branding de las marcas, es el nombre o “naming” lo que permite que se posicionen de una manera determinada, permitiendo proyectar su personalidad y sus valores para generar una conexión de cercanía con las y los consumidores.  

El nombre nos convierte en una marca, y cuando somos marca, nos volvemos reales. 

Según la RAE, una marca es una señal que permite identificar o distinguir algo o para dar alguna información sobre ella. Nos ayuda a recordarla en el tiempo, evocando determinadas sensaciones y sentimientos que causan un impacto emocional en quienes la conocen y la prefieren.  Es, según Kotler, “un nombre, un término, un signo, un símbolo, un diseño o una combinación de todos estos elementos, que identifica al fabricante o vendedor de un producto o servicio y que lo diferencia de la competencia”.

El nombre ayuda a que las marcas trasciendan en el tiempo. Algunas se recuerdan con alegría, otras con nostalgia de una infancia. Unas se proyectan al futuro; otras, simplemente, optan por decir claramente quiénes son y qué hacen. Lo importante es que en su paso por la historia, al igual que las personas, siempre nos dicen y nos dejan algo.

La historia de nuestro país también tiene su marca: Salvador, aquella que vive y persiste a pesar del paso del tiempo. Ha superado modas y procesos históricos, se niega a desaparecer mientras existan quienes la recuerden. Una marca que identifica a sus audiencias, que se mantienen fieles a ella en el tiempo; la misma que representa una parte de la historia con su sentir y sus vivencias y que a su vez construye la historia completa. Una marca que nos posiciona no solo en la mente de quienes vivimos aquí, sino también en la memoria de quienes salieron para darla a conocer internacionalmente. Con esto, nuestro país se define como un producto que, por más que busca cambiar el branding, sabe que el existente es demasiado potente como para poder reemplazarlo y dejarlo atrás. 

En un país donde nuestra principal marca no es una publicitaria, Salvador se convierte en una que viene a salvar la memoria con su nombre, marcando el futuro con el recuerdo del pasado.