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Después de vivir un siglo

Un homenaje a los cien años de la radio en Chile.

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Cuando se empezaron a popularizar las primeras consolas de videojuegos caseros, los discos duros de aquellos días entre la segunda mitad de los setentas y la primera mitad de los ochentas no disponían de una capacidad muy significativa. Basta simplemente recordar aquella imagen de un “hard drive” de 5MB del tamaño de un ropero siendo cargado a un avión en 1956 que probablemente pesaba un par de toneladas.

Esta discapacidad de almacenamiento de los discos duros generaba el problema de que los códigos de los videojuegos no podían almacenarse en las consolas, sino que debía hacerse desde accesorios independientes, como los cartridges —cuya notable historia cuenta el documental “High Score” de Netflix— o, lo que era aún más sencillo, en cintas de cassettes.

Los Gen-X que jugaron con dichas consolas en aquellos días recuerdan la casetera aditada al Atari 400xl (o al 600xl o al 800xl) a la que se le cargaban cassettes con la programación de cada juego. Hacer click en PLAY y escuchar los bips del sonido de cómo iban pasando los códigos hasta el aparato como una musiquita para cruzar los dedos: si tan solo había un pequeño desliz en el recorrido de la cinta —haya sido por aceleración o desaceleración del ritmo de los pulsos grabados—, el juego no cargaba bien, arrojaba error y había que apretar ahora REWIND y volver a realizar toda la operación.

En aquellos días los cassettes con juegos cargados costaban una barbaridad, por lo que hacerse de ellos era un pequeño tesoro.

Es entonces cuando en varios países de la Europa, tanto Occidental como Oriental, surge una idea increíble: ¿No será posible -dado que algunas personas disponen de radiocaseteras con una tecla con el círculo rojo que significa grabar- que enviemos los códigos por medio de la radio, para que las personas “bajen” de estas señales los videojuegos a sus cassettes?

Así, en muchos lugares, a cierta hora de la noche, su estación de radio favorita decía, “ahora empezamos a transmitir el código del juego MouseTrap, por favor aprieten REC”.

Al final del proceso las auditoras o los auditores disponían de su propia copia de MouseTrap pirateada desde la radio, y podían cargarla a su Atari 400xl (o al 600xl o al 800xl), ya fuera en Inglaterra, en los Países Bajos (desde la Nederlandse Omroep Stichting) o en Polonia.

No fue, por cierto, aquella la única vez que la radio produjo una revolución cultural casi al margen de la legalidad. Basta mencionar que en el día de los decretos draconianos que exigían que las programaciones dispusieran de solo unos ciertos tipos de música en la agenda diaria —con rangos de horas firmemente determinados y fijos para cada tipo—, por ejemplo en Inglaterra, aparecieron radios piratas que operaban en alta mar en barcos anclados o plataformas marinas. Una de esas estaciones tenía como su DJ estrella a John Peel, que luego sería contratado por BBC1 y se convertiría en el gestador del legado musical radial pop/rock más significativo de Gran Bretaña: las “Peel Sessions”.

Del mismo modo en la España franquista y arrojada al cuplé como casi el único género musical radializado y permitido en los años cincuentas y sesentas, las radios que operaban en los destacamentos militares estadounidenses traspasaban con sus señales más allá de los muros de contorno de dichos recintos y llegaban a los receptores de los poblados aledaños castizos con un mensaje secreto: el Rock ‘n Roll. Fue esta influencia marconiana el gatillante del origen de bandas como el Dúo Dinámico, o Los Brincos, o Los Bravos.

Porque la radio siempre tuvo algo transgresor, alternativo, al tiempo que de gestación de comunidad e identidad. Hoy, cuando se cumplen exactamente cien años desde la primera transmisión radial en Chile, ocurrida el 19 de agosto de 1922, merced a la idea y la ingeniería de Arturo Salazar y Enrique Sazié de la Universidad de Chile, es un buen momento para recordar.

Recordar, por ejemplo, que amén de aquella radio transmisora de videojuegos mediante bips, también estuvo siempre la idea de que las ondas radiofónicas eran una especie de energía mágica, al punto que en los ochenta “El Príncipe Faruk” enviaba sus poderes por la señal para curar a la gente, cual saltimbanqui medieval, bajo la enseña de: “soy el Príncipe Faruk, enviaré mis poderes por la radio, para curarse de cualquier mal físico, ponga una mano en el aparato y la otra en su dolencia”.

Recordar que esa idea de la radio alternativa y contracultural fue la base no solo del lema anglo, “Left of the Dial” (“a la izquierda del dial”) —debido a que las “college stations”, es decir, las radios universitarias, esas que promovieron a bandas como REM o Pixies o The Smiths o Hüsker Dü o Black Flag, por normativa estadounidense se debían ubicar entre el 87.5 y el 91.9 del espectro, es decir, en su extremo izquierdo—, sino que también la base de tanto de los sones de “Nuestro Canto” con Miguel Davagnino, en el lado de la mal denominada “música de protesta”, como de secciones como “Al Margen” o “Música Marginal”, que eran la versión de College Rock de Chile desde mediados de los ochenta.

Recordar, en esa misma línea, que aquel 5 de octubre de 1988 cuando la TV decía, hacia las siete de la tarde, que iba ganando el “Sí”, mi padre se me acercó y me dijo: “Kayito, no veas la tele para informarte, prende la radio”. Y así supe que el “No” resultaría triunfador.

Recordar la infancia setentera viendo la lluvia invernal escolar caer golpeando la ventana de la cocina tomando once al son del “Correo de los Enamorados”, donde empezó mi amor por los Clásicos AM con ese tema embriagador de Joe Dassin que se llama, “Y si tu no has de volver”.

Recordar aquella noche de 1994 cuando en la cocina de aquella casona en el Barrio Brasil donde estábamos en una fiesta de los amigos mayores de mi adorada Natalia García, seguimos el triunfo de Deportes Antofagasta (el querido CDA) sobre la Católica y al siguiente día la U amanecería en la punta de la tabla, y a la postre lograría su primer título un cuarto de siglo desde que se apagara la luz del Ballet Azul.

Recordar, aunque sea solo por lecturas posteriores, que el 12 de octubre de 1969 un hombre autodenominado “Tom” llamó a la estación de radio WKNR-FM de Detroit para hablar con el DJ Russ Gibb. “Tom” alegaba en su salida al aire desde el teléfono que había encontrado una serie de pistas en los Long Plays de los Beatles que indicaban que Paul McCartney habría estado muerto. Y que la noticia del descubrimiento de la muerte de Paul se diseminaría y convertiría en la que quizá fuera la segunda gran histeria mediática de la cultura popular norteamericana (la primera fue, por cierto, la transmisión radial de La Guerra de los Mundos por Orson Welles en 1938), y que luego los fanáticos de los Fab Four iniciarían un detenido proceso por encontrar más evidencia en la biografía y discografía beatleanas a partir del 9 de noviembre de 1966, fecha en que, según los fans, Paul habría sufrido un accidente automovilístico fatal manejando su Aston Martin luego de abandonar los estudios de Abbey Road en Londres.

Recordar que, como dijo el propio Miguel Davagnino, hace unas semanas en la ADN que -cito de la Wikipedia-, “el éxito de Mercury Records se ha atribuido al uso de técnicas de marketing alternativas para promocionar discos. El método convencional de promoción de discos utilizado por sellos importantes como RCA Victor, Decca Records y Capitol Records dependía de la transmisión por radio, pero el fundador de Mercury Records, Irving Green, decidió promover nuevos discos utilizando máquinas de discos. Al reducir los costos de promoción, Mercury Records pudo competir con los sellos discográficos más establecidos”, y que, contaba Davagnino, el hecho de que las personas solían repetir varias veces las mismas canciones en estos Wurlitzers, lo que les dio la idea a los creadores de “Los 40 Principales”, de repetir las canciones a lo largo del día.

Recordar la “payola”, ese engatusamiento de las grandes disqueras que le pasaban dinero a las radios para que hicieran rotar los temas que les interesaba hacer superventas, bajo la enseña de “canción oída, canción comprada”.

Recordar, en fin, a tantas y tantos héroes de la radio, desde Alodia Corral, Manola Robles o Shara hasta la misma Violeta Parr, que en los cincuentas usó la radio como el medio que salvó el patrimonio de la música rural que se estaba extinguiendo, y a su compañero Ricardo García, quien luego sería el célebre DJ de la Nueva Ola y creador del Festival de Viña, de la Nueva Canción Chilena, de Música Libre y del sello Alerce.

Recordar a Sapag y Pesce, haciendo chistes en las noticias del mediodía y a la radio Colo-Colo con su sello aliado Star Sound, donde escuchamos los primeros “chistes cochinos”; los matinales radiales de Julio Videla y el redoble de tambores de Cooperativa; a la primera Rock and Pop; a la música de oficina de El Conquistador; a todas esas centenares de radios de poblados lejanos en el Chile profundo, donde se avisa que viene encomienda desde Santiago.

Recordar los sábados con el dedo sobre REC para capturar el tema de moda en la Concierto o en la Galaxia.

Recordar que mi talla preferida fue cuando un auditor llamó a un programa y se dio cuenta mientras hablaba de que la radio hacía interferencia con el teléfono. Dice: “Está muy fuerte esto”. Y el conductor le contesta: “¡Échale más bebida!”.

Recordar que mi padre, muchas décadas más tarde seguía cantando el jingle de los cuarenta, “Soy Kolynosista…”.

Recordar que fueron las radios con auditorios los lugares donde hicieron sus primeros hits cantantes como Sussy Vecky o Larry Wilson.

Recordar la “Radio Tanda” y la “La Bandita de Firulete”, y las transmisiones de madrugada de “La Rueda Libre” o “La Bailona”. Y, por supuesto, a “Los Tenores” y a mi casa, “Ciudadano ADN”.

En fin, que vienen cien años más y que ninguna tecnología del futuro acallará los sones de la radio, como —citando a Marcelo Contreras- no lo hicieron ni la tele— ni MTV, ni Internet. ¡Feliz centenario!

“Going down the old mine with a transistor radio”, Van Morrison

Fotografía: Ricardo García en “Discomanía” de Radio Minería, hacia 1957. Fuente: Memoria Chilena

Publicado originalmente en ADN